Flores, flores.
Esos ojos levemente cerrados rozan la locura.
Hay algo de esa paz, ese regalo y esa inocencia que recuerda Ofelia. Ok, pero también hay algo de Ofelia cuando hemos ya entrado en el Siglo XXI, que nos lleva a pensar en las contradicciones y el caos de la vida moderna-postmodernidad que propone-pospone la nueva visión-no introspección, introversión, encierro, y, sin embargo, puede ser más parecida la locura de Ofelia que a otras cosas.
Claridad, color, naturaleza, y digitalización de la imagen, conforman en la obra de Julieta un conjunto que tiene que ver con el collage, con el pastiche que nos rodea. Coloridos hermosos, claridades tranquilizadores, plataformas de descanso, lugares de re-flexión, una vuelta, un regreso y un encuentro con el agujero negro y de ahí al infinito.
Olor a manzana verde, agua de color, flores, flores, flores.
Este serie de fotografías, que se enmarcan en el Festival de la Luz, tal vez no sean precisamente fotografías de colección, sino más bien, una serie de inquietantes regalos a la naturaleza. Un naturaleza inexistente, la idealizada, tal vez aquella naturaleza perdida, lo que ya no tenemos, lo que probablemente jamás haya pertenecido a la cultura humana, y, sin embargo, todo creemos añorar.
Regalar la tierra, ofrecer el cuerpo, sacrificio kitsch, naturaleza-mujer, curvas del cuerpo, gestos de paz.
Manzanas verdes-pecado y conocimiento. Manos, parpados, agua, tierra, fuego, aire. Elementos, logos, lo que hay y es necesario que haya, imágenes que registran un deseo, una utopía interna y, en algún punto, inútil, aunque no por eso menor y aunque no por eso chiquita.
Flores, flores, flores.