Jorge Macchi: entre la vanguardia y la tradición
La memoria externa supone una memoria por fuera de la propia. En una computadora, ésta se usa para desocupar espacio en el disco rígido y transportarla a otro lugar. Se llena y vacía de un contenido totalmente ajeno a ella cada vez que se le ordena.
En el hombre, a diferencia de lo que sucede con la tecnología, la memoria se mezcla con los sentimientos. Los recuerdos nos remiten a otros momentos, personas, lugares o sensaciones. ¿Cuántas veces quisimos borrar el contenido desagradable y quedarnos solamente con el que nos resulta agradable? Infinitas, seguramente. Pero la realidad no es tan fácil como enchufar una memoria externa a nuestro cerebro y seleccionar qué sacar o qué guardar.
De cualquier manera, quien parece haber encontrado una forma de hacerlo, es Jorge Macchi. Después de muchos años y de una larga trayectoria como artista multidisciplinario, decidió volver a lo tradicional, a aquello en lo cual él se formó: la pintura al óleo. En un mundo como el del arte contemporáneo, donde lo rebuscado y complicado se aprecia más que lo simple y tradicional, el óleo es tanto volver a los orígenes como innovar.
“Memoria externa” es el nombre que Macchi le dio a la muestra que se exhibe del mismo durante todo el mes en Ruth Benzacar. Ahí, colgadas, hay seis pinturas que se dividen, según sus diferencias, en dos tipos: las que muestran y las que ocultan. Pero ¿Por qué no categorizarlas al revés, si las que muestran terminan implícitamente ocultando más que las que lo hacen de manera explícita? Bueno, porque en realidad, da lo mismo. Intercalándose las de un tipo con las del otro a lo largo de todo el recorrido, las pinturas se complementan para formar parte de lo que podría ser el trailer de una película de suspenso. Una seguidilla de imágenes misteriosas que, entre presencias y ausencias, muestran y ocultan para decir y callar al mismo tiempo.
En primer lugar, se observa un paisaje cubierto de cuerpos blancos que se parecen más a los pochoclos que a las nubes, cuya única función es interrumpir la visión. Al lado, en cambio, puede apreciarse claramente una vista como la que podría tener cualquier oficinista desde su cubículo si se quedara solo y horas extra por la noche. Más adelante, una trama de cruces y círculos tapan lo que hay por detrás como si estuviésemos mirando la pintura a través del enrejado de un confesionario estilo Alan Faena. Ésta, junto a otra composición tapada por una trama más lineal, encierran a una obra cuya representación me hace dudar entre si se trata de un hecho policial o de un desastre natural. Un auto, con vidrios polarizados, se hunde en aguas casi tan negras como las del Riachuelo. Ya finalizando el recorrido, se exhibe una pintura sin nada que obstruya su visión. Con un grado de abstracción que impide saber a ciencia cierta de qué se trata, confirma que aquello que parecía claro por el simple hecho de no estar tapado, no siempre es así.
Al fin y al cabo, todos esos son recuerdos propios del artista ahora traducidos a imágenes. La intención no es compartirlos sino librarse de ellos. Así, a nosotros, como observadores, no nos queda más que mirar estas pinturas como participando de una especie de Peepshow. Se nos permite ver pero solamente las ampliaciones o los recortes de escenas que ya perdieron su contexto. Cuando no es así, nos vemos obligados a mirar a través de pequeños agujeros que, tal como un rompecabezas con piezas faltantes, no llegan a formar una imagen clara.
Es justamente esa falta de descripción o esa ausencia de piezas en el rompecabezas, lo que exalta la materialidad y da lugar a la apreciación de la sensualidad que caracteriza a este tipo de soporte. Porque hay algo aún más interesante ahí. Algo que no tiene que ver con el qué que defiende a regañadientes el arte contemporáneo sino con el cómo ya olvidado. Algo que a través de ningún otro medio puede observarse con tal claridad. La técnica, la materia, el relieve, el cuerpo, el color, el trazo, la línea.
Pudiendo observar todo esto, ¿Qué importa qué es lo que hay detrás de esos enrejados o qué esconden esas imágenes tan claras como densas? Ya no interesa qué quiso decir su autor con ellas. Porque no se trata de entenderlas sino de apreciarlas, observarlas y disfrutarlas. Y recién ahí, quizás nosotros podamos vaciar las pinturas de ese contenido ajeno y llenarlas de uno propio hasta volver a ser vaciadas y llenadas por otro observador. Somos, al fin y al cabo, usuarios temporales de seis pinturas cuyo objetivo, desde el principio, fue aggiornarse sin más soporte tecnológico que unos metros de tela, pintura y aglutinante. La pintura al óleo, tan tradicional como la suponíamos, termina cumpliendo el mismo rol que una herramienta tan simple como compleja del nuevo siglo. Una memoria externa.